“Estar solo, no es lo mismo que sentirse solo.”
Lo primero es una elección, en su mayoría, y es algo externo... Lo segundo es un sentimiento, algo que ocurre dentro de nosotros.
Puedes estar solo, y no sentirte solo; también, puedes estar rodeado de gente, y sentirte más sólo que la una.
Es un vacío doloroso. Como un agujero negro en tu interior, a la altura de la boca del estómago, que arrastra todas las entrañas hacia él, haciéndolas desaparecer, expandiéndose por todo tu cuerpo, te deja vacío pero lleno de dolor. Como un huevo hueco, un cascarón andante… El exterior se queda intacto, aparentemente, aunque, sí observamos, de verdad, podremos ver unas finas grietas.
Tu cuerpo, por dentro, es como una cueva. Los estímulos externos, generan un débil eco que resuena dentro de ella, una honda que, al chocar contra las paredes de esta cavidad, hace que se retraigan sobre sí mismas, como el hambre, pero por todo el cuerpo, te devora.
Igual que las cavernas supuran agua, con el gota a gota que forma las preciosas estalactitas y estalagmitas, nuestros ojos supuran el dolor a través de nuestras lágrimas.
Aunque, la verdad es que, por más que trates de expresar, de sacarlo fuera, no puedes… Es lógico, ¿cómo vas a sacar fuera el vacío? ¿cómo vas, ni tan siquiera, a tocarlo? pero, entonces, ¿por qué puedes sentirlo?
Ahora, una cavidad hueca, pero viva, por dentro… Por fuera, escayola quebradiza, una carcasa más fina que el papel. Nada se ve, nadie percibe…
Nadie se atreve a mirar en los ojos de las personas con soledad,
es aterrador asomarse al vacío.