En cada momento de la vida, hay capítulos que inician y otros que culminan. Algunos son más largos, otros breves; algunos están llenos de alegría, otros de dolor y dificultades. Cada etapa trae consigo su propio conjunto de desafíos y aprendizajes, y es natural sentir una montaña rusa de emociones al transitar de una a otra...
Deshacer mi bolsa de recuerdos, como cerrar un libro lleno de historias y memorias invaluables, me llevaba de vuelta a esos momentos vividos... Cada objeto: Tijeras de autosuficiencia, bolígrafos extra para mis mentores, las libretas repletas de notas y lecciones... Cada página, cada línea, testigo y símbolo de esfuerzos, de intentos por aprender y ser de ayuda.
Los primeros días fueron de duda, las primeras semanas, solo podía sentirme torpe y fuera de lugar, lo único que quería era no estorbar, como si cada paso que daba fuera un tropiezo más. Pero poco a poco, con su infinita bondad y paciencia, aquellas puertas abiertas, brindaron un hogar. Cada día que pasaba, me sentía más aceptada y valorada. Cada sonrisa y palabras de aliento, me dieron fuerzas para continuar.
Recordando cada momento vivido, testimonio para no ser un estorbo y poder ayudar, crecimiento y evolución personal y profesional.
Los animales, cuyas miradas traspasan las armaduras más robustas y pesadas, con sus ojos llenos de amor y gratitud, me enseñaron lecciones que jamás olvidaré. Incluso convalecientes, nunca pierden su luz. Despedidas, más felices, de regreso a casa, y más desagradables e inevitables, así es formar parte del ciclo de la vida. Lecciones de empatía, respeto y compasión. Nuestra misión, hacerles el camino más llevadero. Cada caricia, cada mirada, cada mimo, un consuelo. A pesar del dolor de las despedidas, es reconfortante saber que se hizo todo lo posible por mejorar sus vidas.
Los recuerdos de esos meses me acompañarán siempre. Las conversaciones, las risas, y también los momentos de tristeza y frustración compartida. Aprendí que el trabajo en equipo es fundamental, y que cada uno, con sus habilidades, cariño y esfuerzo, aporta algo único y valioso. Aunque ahora me enfrento a la incertidumbre de no saber si volveré a ver a esas personas y animales, me consuela saber que, de alguna manera, todos dejamos una huella en la vida de los demás.
Hoy, mientras las lágrimas caen por mi rostro, sé que este dolor es una señal de que formé parte de algo maravilloso, de que viví intensamente. Y aunque el futuro es incierto, llevaré conmigo estos recuerdos y las lecciones aprendidas, con la esperanza de que, algún día, nuestros caminos, tal vez, se crucen de nuevo.