Parece que algo me sigue
reteniendo, que estoy atada a algo de lo que no logro soltarme… O quizá me
falla el impulso ¿No tengo suficiente fuerza? Tal vez sea que mis alas están
rotas y por eso no logre alzar el vuelo y dejar este páramo hastío y desolador …
Siempre fantaseo con lo que
habrá fuera de aquí… Tengo la infame sensación de que cuando digo las cosas en
voz alta, pasarán… Falsas esperanzas, y una lección que está visto que no
aprendo, pues, no por decir “voy a hacer esto o aquello”, se lleva a cabo…
No sé si
este sistema de falsa esperanza me ayuda o más bien me ancla más al abismo en
el que me hallo; pues a veces creo que por fin he salido del
agujero, estoy alzando el vuelo, pero como he partido de una construcción
cimentada con falsos y huecos cimientos, no tarda en desmoronarse en una gran
nube de polvo, y ante mis ojos vuelve a aparecer la realidad, la oscuridad en
la que me hallo.
Los pájaros que cruzan el
cielo azul brillante y acogedor, al que quiero ascender, se paran a mirarme y a
hablar conmigo, día tras día, para que no me sienta sola, pero por mucho empeño
que pongamos ambas… Me siento sola en mi penumbra, aunque esté rodeada de
tanta belleza por encima de mi cabeza, tantos seres vivos, tanta vida… Y sigo
en el agujero lleno de mentiras, miedos y falsas esperanzas… Mis pobres amigos cantan
tristemente, se les acaba la paciencia para verme volar, ya pasaron muchos
años, pero siguen ahí, con su firme cantar y, aunque ellos piensan que no me
ayudan… la verdad es que, si lo hacen, ellos hacen que mire hacia arriba, me
hacen ver la luz al final del túnel, me hacen ver que hay algo por lo que salir
del subsuelo… Ellos sí que me dan el hormigón bueno para, así, poder crear mis
cimientos sólidos.
Me siento
tan agradecida a ellos, y a la vez siento que soy una piedra en su camino…
Porque es a mí a quién toca volar, nadie puede volar por mí, yo debo alzar el
vuelo… Pero ¿cómo? ¡¿Cómo?! Si cuando parece que, por fin, estoy tocando el
sol, todo desaparece y sólo veo oscuridad… ¿Estaré rota de verdad?
Cuando
apenas me había dado cuenta de que tenía alas, ya me lo decían algunos pájaros
desde sus nidos… Me recordaban que no era “perfecta”, que no era igual que
ellos, no encajaba… Al principio, no les prestaba atención, pues creí
tener a mi lado a un buen amigo en quién apoyarme, nada más importaba.
Los
graznidos cesaron como lo hacen los vientos fríos del invierno con la llegada
de la cálida primavera…
No fue hasta que un cuervo adulto, quien se supone que nos enseñaba a
batir las alas, volvía a elevar los fatales cantos contra mis pequeñas plumas…
Desde ese momento, ya no cesarían y ya harían daño, aunque yo lo desconocía por
completo.
Lo más cómico de esta
historia, es que, el cuervo, ni si quiera sabía cómo me llamaba.
Y aún hay más. Dado que mi
mejor amigo tenía miedo de que nos dejaran de lado las demás aves, nos
acercamos a esos pájaros ruidosos, en vez de alejarme… Mi mejor amigo siempre
tuvo problemas para relacionarse, así que decidí ser valiente y aguantar por él.
Si, aun
teniéndolo delante no logré verlo hasta mucho, mucho tiempo después… Me costó
bastante ver que mi apoyo, mi mejor amigo, no era ni mi amigo.
Ya nada
me retenía, decidí que era de tontos seguir soportando más graznidos y
picotazos, me alejé de las aves ruidosas, mi no amigo quiso seguir con ellas,
no tenía mí mismo problema…
Pensé que,
al alejarme, todo acabaría o al menos parte del suplicio acabaría, pero me
equivoqué.
Al final me quedé sola, los
graznidos de estas urracas hacían sordo mi canto ante las demás aves. Cuando
lograba que alguna me escuchara… aparecían para llevársela bajo su ala.
Poco a
poco mi canto se fue haciendo más sordo, imperceptible… pero nunca deje de
cantar, aunque he de reconocer que el imperceptible sonido que emitía, era más
bien un grito sordo de tristeza, pedía ayuda…
Todos los sentimientos apartados y guardados bajo llave que no permití que me afectaran,
ingenuamente, más los que ya rebosaban en primer plano, implosionaron
sumergiéndome en una oscuridad profunda y tenebrosa...
Con
tiempo, y apoyo, logre dar mi primer vuelo, lo suficiente para salir de la
oscuridad y para saber que sigue habiendo cielo y aves que lo surcan con sus
miles de melodías, todas ellas amenizadas por el gigante de fuego que observa
feliz y dichoso el jolgorio de la vida.
Sigo
teniendo esperanza, me volveré a reunir con ellos… aunque ya no puedo volar,
¿se me habrá olvidado? No sé cómo, pero quiero ser parte de esa vida…
Lo
aprendido más los cantos esperanzadores de las aves buenas que oí en esa
oscuridad, los guardé, a fuego, en mi memoria. Estos cantos esperanzadores
junto a los de las aves que veo desde este hastío lugar en el que me encuentro
ahora, serán mis cimientos sanos y firmes de los cuales ascenderé al azul de
nubes y cantares. Pero, aún no sé qué les pasa a mis alas…
Sólo quiero volar, en el cielo mi dulce canción cantar, junto a
mis queridos pájaros estar, y un día, al sol llegar.