Ella, cuerpo y esencia oscuros, la muerte encarnada, sembradora de destrucción y caos, la más pestilente maldad... Él, ser de pura luz, bondad infinita, amabilidad incondicional, el eterno servidor de la vida... Ambos opuestos, como la razones de su mismo tormento...
La mujer era aborrecida por todos. Su intrínseca necesidad de crear desdicha en derredor, la había llevado a la más profunda de las soledades... Mientras que, al hombre, por su parte, todos lo buscaban. Siempre dispuesto a todo, sólo quería ayudar a los demás, y ellos se acababan aprovechándose de su inocencia y buena fe. En efecto, acababa utilizado y abandonado, con la única compañía de sus lágrimas.
Tan diferentes que, hasta el propio mundo parecía no querer su encuentro, los había permitido saber uno del otro, pero como si temiera que su reunió acabara en un choque de titanes, nunca la propiciaba...
El caso es que, por las leyes de la física, por el destino o por casualidad, un día se encontraron.
-Parece que la bruja tiene una nueva presa...
-Lleva todo el día con el ojo puesto en el chaval, sin duda, nada bueno trama...
-¿Y cuándo trama algo bueno esa arpía? Jajajaja.
-Jajajaja. Haber sí le seca los ojos y le corta la lengua ¿Cómo se puede llamar hombre si no para de llorar?
-Sólo sirve como criado, y ni eso... Con piernas y brazos sobra...
-Si... ojalá la bruja tenga piedad... Jajajajajaja.
-Jajajajajaja.
La mujer dio un paso al frente, en dirección al esqueleto humano medio desnudo y con los ojos húmedos. Únicamente quedaron ellos dos en la calle, la fama de la mujer actuó sobre el pueblo en cuanto ella se hizo notar. Era elegante, hipnotizante y atrayente, un movimiento que sin duda volvería loco a cualquier "ente"; a su vez irradiaba, misterio, deseo... Peligro... Increíblemente, nuestro hombre, no pudo percatarse de su presencia. Ella se inclinó educadamente, con gracia y con sutilidad, le tendió su pañuelo. Aparente gentilidad y falsa sonrisa, sin duda, nuestro hombre no se percató del doble sentido en ello, le parecieron tan reales que sin dudar inclinó la cabeza, cogió el pañuelo y se limpió las lágrimas, dándole, como mínimo veinte veces las gracias... Ahora sí sonreía la mujer, lo tenía en la palma de su mano...
Ella, se sentó a su lado, como un felino al acecho, pacientemente, esperó a que se desahogara, fingiendo empatía, diciendo lo que él quería oír. Justo cuando el tigre iba a saltar sobre su presa... Él habló de la gran soledad que lo ahogaba por dentro, y, como si un rayo de luz hubiera iluminado por un instante la esencia oscura de la mujer, se paralizó, pues la soledad también apresaba su corazón.
Por su interés o porque todavía quedaba algún resto de ese rayo de luz en ella... El caso, es que sus finos labios volvieron a pronunciar las palabras adecuadas, aunque esta vez con un matiz de duda y, puede que un hilo de esperanza:
-Sí yo sólo soy mal, no puedo tener nadie a mi lado porque enveneno todo lo que toco; y tu sólo eres bien, poniéndote a merced de todos hasta el punto de que se aprovechan de ti sin piedad, y nadie puede llegar a amarte como tu amas... ¿Por qué no intercambiar un fragmento de nuestro ser? Yo te daría parte de mi astucia y mi malicia, y tú me darías de tu pureza e inocencia...
Habiendo hablado desde el corazón, y no desde la cabeza, por primera vez, la mujer calló de golpe al darse cuenta que había mostrado sus sentimientos, su debilidad, como ella creía. Sin darle importancia al cómo se había producido la conversación, ni con quién hablaba, ni lo que tendría que intercambiar, si no que, lo único que deseaba era ayudar; el hombre respondió con un tajante e inmediato sí:
-¡SÍ! ¡Hagámoslo! ¡Es una gran idea! Así no sólo podré ayudarte con tu problema, también entenderé mejor a todos los demás... ¡Eres muy lista!¡Es perfecto!
Muy certeramente, aunque más por su infantil alegría o por haber alabado su idea, que por sus palabras en sí, hizo desaparecer toda duda en la mujer.
Y así lo hicieron: Ambos intercambiaron allí donde más emanaba su esencia, se dieron lo más importante que poseían... Ella entregó su corazón oscuro, lleno de tinieblas, miedos e inseguridades; al hombre que, a cambio, colocó en su pecho su propio corazón, blanco, lleno de luz, bondad, valentía y seguridad. Y fue así, sin saberlo, como ambos crearon el mayor vínculo que puede existir, y el primero para ellos: Arrancándose sus propios corazones e intercambiándolos consiguieron, sin querer, establecer la conexión más profunda e inquebrantable que jamás habían sentido, lo que en el fondo ambos más anhelaban, ser comprendidos, ser aceptados, SER AMADOS.