Estando en mi querido primero o segundo de primaria, recuerdo,
ahora, un momento que fue guardado y cerrado bajo llave por aquellos años de mi
infancia...
El aula era simple y cotidiana,
un rectángulo. Los alumnos nos sentábamos por parejas al fondo de la clase, en
cuatro filas. Desde nuestra posición, la puerta quedaba al frente de la clase,
en la pared que estaba a nuestra izquierda, seguida de los armarios. Justo
enfrente de la puerta, casi rozando la pared derecha, la mesa del profesor, y
en esa misma pared, cuatro ventanas altas, inalcanzables para los niños.
Siempre, desde el umbral de la puerta, se veía la mesa del profesor y pegadas,
enfrente de ella, las mesas de la pareja de alumnos "estrellas" de la clase.
Opuestas, de modo que no se veían si no entrabas en la clase, mi mesa, junto a
las de los compañeros extranjeros que no sabían español (éramos los
problemáticos y malos, según el profesor).
Prefería ese sitio, la verdad,
al que me tocó después, para el resto del curso: Pegada a la mesa del profesor por mi derecha, y a mi izquierda, por fin, una amiga. Parece ser, que
varios profesores, madres, etc. Se quejaron de su manera elitista de clasificarnos (Siempre separaba la clase en sus favoritos "los mejores, los normales, y los problemático-malos estudiantes." Todo según su criterio), y más personalmente, por tenerme como cero a la izquierda, cuando era una niña que en su vida había roto un plato.
Es verdad, siempre he sido el estereotipo de alumna ideal: Buena estudiante, callada, atenta y obediente. Hacía lo que me mandara los profesores sin rechistar, nunca me peleaba, y por esos tiempos era de sobresaliente, y siempre humilde y buena con todos.
Bueno, continuando con la
clase, entre medias de la puerta y la mesa del profesor, estaba la pizarra,
también conocida como el sitio de exposición, aunque en estos cursos se exponía
más a los alumnos que trabajos o ejercicios.
Recuerdo el color de las
paredes como si estuviera allí, el amarillo pálido del gotelé, junto con
el verde de las mesa, los armarios y la pizarra nunca han pegado con el marco
rojo de metal de la puerta y las ventanas.
Ahora,
Citando a la gran obra "El Conde Lucanor", "he aquí lo que
aconteció":
Como ya había terminado mis
ejercicios, me puse en la fila, a la mesa del profesor. Nos corregía
los ejercicios uno a uno, delante de todos. Estaba muy contenta, había
terminado casi al mismo tiempo que los "listos", sólo estaban por delante de mí,
en la fila, tres de ellos, incluso detrás de mí estaba el último de los "listos" de la clase. Detrás de este se hallaban más alumnos de la clase,
ninguno de ellos del grupo al que yo pertenecía... Más de la mitad de la
clase seguía en sus mesas:
-(¿Serán tan difíciles? ¿A
lo mejor los he hecho mal? Creo que no debería de estar aquí...).
Ya ves tú, si hasta con 20
años me sigue poniendo nerviosa la espera de una nota o una corrección,
teniendo 6 años y en esa clase... Pues tenía miedo, era una niña que sólo
quería agradar).
El chico que va delante de mí,
mi amigo José, se ha dado cuenta de que estoy nerviosa, y se ha puesto a hablar
conmigo y con el de detrás de mí, en susurros, para que no nos castiguen:
-Estos ejercicios están
chupados, seguro que hoy salimos todos al patio.
-Sí, a ver si empezamos
todos a la vez el partido, que luego es un lío de equipos.
-Yo creo que voy a jugar a los
torillos.
-Sí, yo también.
-Que aburrido José, nunca
juegas al fútbol.
Pues una conversación normal
de niños de 6 años, los cuales muchas veces salían al patio sin el resto de sus
compañeros porque no lograban hacer "bien" los ejercicios. Sólo se podía salir si
el profesor te daba el visto bueno... La verdad que no me pasé muchos
recreos enteros en clase. A mí me dejaba salir dos o tres minutos antes de que
el recreo terminara. Pero siendo niño, aprovechas bien el recreo, por pocos
minutos que tengas.
Me gustaba jugar a los
"torillos", como un alto o un pilla-pilla: Tienes que pillar a tus
compañeros, pero si están subidos a algo, sin tocar el suelo, no puedes
pillarlos. Lo llamábamos "torillos" porque para empezar el juego
siempre "sacábamos al toro", cantábamos una canción al que le tocaba
salir, creo que decía algo así: "-Prepárense todos, porque este toro va a
saaalir, por la puerta del tooooril, taaaarín.". Incluso a veces nos
toreábamos con las chaquetas. Unos minutos bien aprovechados...
Nos metemos tanto en nuestra
conversación que me olvido de que estoy en clase, la tensión desaparece, y me
encuentro feliz, hablando de cómo nos lo vamos a pasar... Pero de pronto, oigo la
voz del profesor, ni siquiera nos habló, fue un "-Stuuuuu."; Miramos
todos en su dirección y veo cómo me está mirando a mí. Me asusta, y acto seguido
dice mi nombre y más palabras, pues sé que su boca se sigue moviendo, pero yo
solo veo sus ojos mirándome. Estoy asustada, me paralizada y vuelve a
desaparecer todo, sólo está él ante mí.
-(¡No me mires!).
Ahora puedo poner nombre a los sentimientos que sentía, pues los recuerdo con suma claridad, ya no estoy paralizada.
Una niña de corta edad se asusta cuando su "profe" la pilla infraganti hablando con sus compañeros, lo sé, repito lo mismo, 20 años y me sigue pasando. Pero no era solo el susto...
Me hacía sentir un miedo
terrible pensar que se refería a mí, sólo a mí. Haber llamado su atención me
aterrorizaba, pensar que se dirigía a mí me hacía sentir frágil y expuesta, sola...
Me hacía sentir asco de mi misma, pero... por qué.
La situación no mejora mucho...
Me
mira de arriba a abajo, por encima de sus gafas.
Me estremece.
Suelta
un suspiro y luego sonríe mirándome otra vez a los ojos.
Me siento
repulsiva e inferior, insignificante y asquerosa.
Desvía su mirada de
mí, mira al frente, a la clase, riéndose, y vuelve a su trabajo.
Vuelvo de mi pesadilla para
encontrarme la realidad...
La chica de "la élite", la primera en la fila, la dueña de las hojas
que corrige el profesor, me mira riéndose con los brazos cruzados, y mueve la
cabeza de lado a lado poniendo, antes de darme la espalda, cara de
superioridad.
Atónita, pues aún me estoy
acostumbrando a la realidad y estoy intentando digerir que ha pasado, o más
bien estoy tratando de olvidar como me ha hecho sentir el tutor...
Miro despacio a mis compañeros en sus
pupitres... Algunos tienen la misma expresión de superioridad, otros
simplemente se mofan y unos pocos me miran con lástima.
Casi todos
estos últimos, son con los que más me relaciono, también son los dueños de las
miradas que más daño me hacen, pues sé que saben que es una injusticia, saben
que no es verdad lo que el profesor dice de mí, pero callan... ¡Y qué podrían
hacer! son niños asustados, no quieren ser ellos los siguientes. No les culpo,
pero me hacen sentirme peor...
Tras esto, desvío la mirada a
mi derecha, pues se mueve algo. El último de los "listos", sin ni
siquiera mirarme a la cara, deja un espacio grande entre él y yo.
Cabrían
dos alumnos más, sin exagerar.
Y termina dándome la espalda...
Cada vez más atónita y sintiéndome
más sola y vulnerable por segundos.
Miro a mi amigo José, él ya me estaba
mirando, como todos.
Pero su mirada no es la que
me gustaría haberme encontrado...
-(¿Lo sabes? sabes lo que siento... lo sabes todo... eres mi amigo...).
-(Tú no, por favor... no te vayas, no me dejes...).
Me piden perdón sus ojos, y se
da la vuelta mirando hacia el profesor, y dándome, como todos, su espalda.
Estoy destrozada.
-(¿No hay nadie? ¿Nadie?).
Echo otro vistazo suplicante
a la clase. Todos siguen con sus
trabajos como si nada... Unos sonrientes y satisfechos, otros temerosos,
solo quieren olvidarlo y seguir con su tarea para jugar, o ser libres más bien.
Y en mi cabeza millones de
preguntas, todas ellas resumidas en una:
-(¿Por qué?).
Agacho la cabeza y miro mis
manos:
-(¿Son estas las manos de alguien tan
malo?).
Ahora me parecen las
manos más sucias del mundo.
Encojo mis hombros y agacho mi
cabeza aún más. Intento hacerme pequeñita.
No quiero que nadie me vea, que nadie mire a la niña asustada y vulnerable que tienen delante, quiero desaparecer.
Entonces veo la hoja que mis
manos sostenían y sostienen...
-(La hoja de ejercicios que tiene
que corregir el profesor... Los corregiría delante de mí, delante de todos...).
Otro momento malo llegará... Y volvió el súbito
miedo a recorrer mi pequeño cuerpo. Voy al matadero, y
como niña de 6 años... Sólo se me ocurre tapar mi hojita con mis manos temblorosas para que nadie la pueda ver... Estoy tan avergonzada de mi trabajo... La he escrito yo, la
peor de la clase, la que todo lo hace mal... Estoy tan avergonzada de mi...
-(Seguro que está mal... seguro que me regaña...).
Aunque eso es una
minucia comparado con lo que de verdad me da miedo.
El pensar que tengo que estar cerca de aquel hombre malo, que él tocará mi hoja, que estaré a un
palmo de él... Me hace sentir más miedo todavía, me hace sentir desnuda y muy
vulnerable, estaré a su completa merced... Es repulsión lo que me evoca pensar en ello, él es quién me la genera, pero, entonces... ¿Por qué yo me siento tan sucia?
Parece que hay recuerdos que es mejor tenerlos bajo llave.